Los muñecos con IA para acompañar a adultos mayores ya son una realidad

Los robots de interacción social con IA para adultos mayores no son algo tan nuevo, pero ahora graban, escuchan y responden a sus necesidades afectivas, aunque sea de forma sintética, gracias a ChatGPT.

Industria, Ciencia y Tecnología18/03/2024Pedro Miguel MassolaPedro Miguel Massola

El Mobile World Congress (MWC) siempre presenta más de una rareza. La semana pasada, el premio a la locura se lo llevó una empresa coreana llamada Hyodol, que mostró con orgullo un muñeco de compañía con ChatGPT integrado, de aspecto inquietante, pensado para los adultos mayores. Este muñeco con inteligencia artificial (IA) de 1,800 dólares quizá parezca algo que encontrarías en un desván encantado, pero en realidad está diseñado para actuar como un compañero digital interactivo para gente solitaria o en centros de cuidados de larga duración.

Gracias al gran modelo de lenguaje que lleva dentro, el Hyodol supuestamente mantiene conversaciones con sus dueños y les recuerda cuándo deben tomar su medicación o comer. Está totalmente interconectado, como cabe imaginar, con una aplicación complementaria y una plataforma web de monitorización que permite a los cuidadores controlar el dispositivo y supervisar a su usuario desde lejos.

Estos compañeros digitales interactivos pretenden ser un bálsamo para la epidemia de la soledad, que ha afectado a todo el mundo, desde los adultos mayores en residencias de ancianos hasta los estudiantes universitarios. Elizabeth Necka, directora de programas del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento de EE UU, opina que este tipo de tecnología tiene sus ventajas, sobre todo cuando se emplea en asilos que ya sufren una escasez generalizada de personal.

“La idea de que exista una solución de bajo costo que atenúe los sentimientos de soledad es muy atractiva”, comenta Necka. “Si ChatGPT puede o no conseguir de verdad esos sentimientos de conexión, me parece un poco prematuro decirlo”.

 
 
No cabe duda de que existe una industria para estos dispositivos. El mercado de los robots sociales y de compañía es particularmente activo en países como Japón. Compañías como Lovot y Qoobo, “un cojín con cola que te calienta el corazón”, los han puesto de moda. Estos dispositivos también se han utilizado en países occidentales, pero su aceptación cultural es mucho menor. Pero la tendencia actual de las empresas de incorporar la IA generativa en todo significa que en todas partes probablemente se avecine una avalancha de estos “Chuckies” conversacionales.

“El sector aún está tratando de entender el mercado”, señala Lillian Hung, profesora adjunta y titular de la cátedra de Investigación en Atención a Mayores de la Escuela de Enfermería de la Universidad de la Columbia Británica. “Todavía está en pañales, pero sin duda ha despegado”.

No es que no haya habido otros intentos. A Jibo, un robot social ofrecido como un compañero de departamento que se valía de la IA y de gestos cariñosos para establecer un vínculo con sus dueños, lo retiraron sin contemplaciones apenas unos años después de su lanzamiento. Mientras tanto, otra propuesta de Estados Unidos, Moxie, un robot dotado de IA para apoyar el desarrollo infantil, sigue activa.

 
Es difícil no contemplar dispositivos como este y estremecerse ante sus posibilidades. Hay algo intrínsecamente inquietante en la tecnología que juega a ser humana, y ese extraño engaño suele molestar a la gente. Al fin y al cabo, nuestra ciencia ficción está repleta de seres de IA, muchos de ellos envueltos en historias relativas a esta tecnología que acaban terriblemente mal. La comparación más sencilla, y ciertamente perezosa, con algo como el Hyodol es M3GAN, la película de 2023 sobre una muñeca de compañía con IA que se convierte en un robot asesino.

Pero más allá de las muñecas antipáticas, los robots sociales tienen muchos formatos. Son asistentes, mascotas, trabajadores en tiendas y, a menudo, bichos raros socialmente ineptos que simplemente revolotean torpemente en público. Pero a veces también son armas, espías y policías. Con justa razón la gente desconfía de estos autómatas, vengan en un paquete esponjoso o no.

Wendy Moyle es profesora de la Escuela de Enfermería y Obstetricia de la Universidad de Griffith, en Australia, y trabaja con pacientes con demencia. Cuenta que su trabajo con robots sociales llega a enfurecer a la gente, que a veces considera que dar muñecos robot a adultos mayores es infantilizarlos.

“Cuando empecé a utilizar robots, recibí muchos comentarios negativos, incluso del personal”, comparte Moyle. “Me presentaba en conferencias y la gente me lanzaba cosas porque les parecía inhumano”.

Sin embargo, la actitud hacia los robots de asistencia se ha vuelto menos hostil últimamente, ya que se han empleado en muchos casos de aplicación positiva. Los compañeros robóticos están llevando alegría a las personas con demencia. Durante la pandemia por covid, los cuidadores recurrieron a dispositivos como Paro, un pequeño robot parecido a una cría de foca de Groenlandia, para ayudar a aliviar la soledad de los adultos mayores. Los muñecos sonrientes de Hyodol, tanto si los ves como algo enfermizo o dulce, pretenden evocar una respuesta amistosa similar.

Hyodol no es la única en su empeño por acompañar a los adultos mayores con inteligencia artificial. ElliQ, un producto fabricado por la empresa israelí Intuition Robotics, se ha empleado en programas de prueba con esta finalidad en Nueva York. Sin embargo, es menos mimoso, ya que se presenta en forma de foco similar a una lámpara que se coloca en una mesa de noche. Lo que Hyodol pretende es combinar esa funcionalidad con el factor de aspecto peludo y agradable de la foca de ojos grandes. Hyodol no respondió a nuestras múltiples peticiones de comentarios.

¿La necesidad de afecto satisfecha por la IA?
Incluso sin inteligencia artificial, estos muñecos de compañía pseudosintientes han suscitado cierta preocupación. Moyle, que ha ayudado a supervisar estudios sobre estos dispositivos en el cuidado de adultos mayores, asegura que, en algunos casos, las personas que dependen de ellos llegan a encariñarse demasiado con los muñecos.

“Uno de los aspectos negativos con los que tuvimos que lidiar fue que algunos residentes querían tanto a su muñeco que representaban bebés para ellos”, relata Moyle. “Eran bebés que llevaban consigo, que tenían con ellos. Una pequeña mayoría los quería tanto que se convirtieron en una parte demasiado importante de su vida. Tuvimos que intentar reducir el tiempo que los usaban”.

Incluir capacidades de lenguaje en un muñeco de compañía, sobre todo en uno tan propenso a los delirios y las rarezas como ChatGPT, significa que podría caer en picado directamente en el valle inquietante, ese punto entre el rechazo y la aceptación por contar con características que imitan demasiado bien a los humanos. Dotar a estos dispositivos de IA suscita las mismas preocupaciones que los escépticos han manifestado acerca de incorporar dicha tecnología a todo lo demás. La IA generativa delira, suelta información falsa y está sujeta a todo tipo de problemas potenciales de seguridad, por no mencionar que todos los datos de una integración de ChatGPT regresan a OpenAI. También están repletas de problemas de privacidad y seguridad, como cualquier dispositivo que monitoriza a una persona y comparte esa información. También existe la posibilidad de puntos de falla aún más prácticos, como si los cuidadores confían demasiado en un robot para recordarle a los pacientes que tomen la medicación.

 
“Hay que trabajar mucho para garantizar que las conversaciones con robots sean seguras”, destaca Hung. “Que no guiará a la gente a hacer nada que no sea ético. [Que] no recopilará información. [Que] el robot no le preguntará al adulto mayor, ‘¿cuál es tu número de tarjeta de crédito?’”.

Estos son los riesgos inherentes a que las empresas le pidan a la gente que recurra a sus productos en sus momentos más vulnerables. Moyle dice que tiene dos opiniones al respecto.

“Si le damos a alguien la oportunidad de hablar con la IA, ¿eliminamos todas las demás oportunidades sociales?”, observa Moyle. "¿Significa eso que las familias dejan de visitarnos? ¿Quiere decir que el personal deja de hablar con los individuos? Es un riesgo, pero comenta que, según su experiencia, muchos adultos mayores ingresados en centros de asistencia suelen estar solos la mayor parte de sus días y noches. “Brindarles algo, si les hace felices, es mucho mejor que no darles nada”.

Por supuesto, estos dispositivos no son lo mismo que un humano. Los grandes modelos de lenguaje no entienden a la persona que interactúa con ellos; solo son muy buenos prediciendo lo que sonará como una buena respuesta. Y desde luego no saben comprender plenamente las emociones o el estado mental de una persona.

“La gente suele mostrar emociones bastante complejas que la IA no capta”, subraya Moyle. “A medida que la IA se vuelva más avanzada, probablemente mejorará, pero por el momento no es así”. Hace una pausa, luego se ríe y añade: “Pero muchos humanos tampoco saben evaluar muy bien las emociones, así que...”.

A mucha gente no le importa que un robot no le corresponda. Por eso aún lloramos la muerte lenta y sombría de nuestras máquinas y celebramos funerales para perros robot. Por eso queremos que nuestros sexbots tengan personalidad y les confiamos nuestros deseos más profundos. Cuando un humano interactúa con un robot, no se trata tanto de si el dispositivo es capaz de devolverle el afecto, sino más bien de la forma en que la gente obtiene valor del acto de volcar sus propios sentimientos en alguien (o algo).

“Lo que el gato y el bebé nos dieron es la sensación de que necesitan nuestro amor, y eso es lo que anhelamos como humanos”, sostiene Hung. Si alguien busca interactuar con un robot bonito y cariñoso, con frecuencia es para cumplir esa misma función. “Compramos estos robots porque queremos darles nuestro amor, porque sentimos que lo necesita, porque nos parece que hay algo que nos necesita. Esa es la naturaleza de los humanos”.

Artículo publicado originalmente en WIRED. Adaptado por Andrei Osornio.

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