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“Puestito Doña Olga”: un fogón encendido todos los días por amor, trabajo y dignidad

En la tranquila localidad de Chiclana, donde la vida parece ir al ritmo del campo y los saludos aún se dan con mirada franca, hay un rincón donde el aroma del pan tostado, las empanadas recién hechas y la tortilla casera nos invita a detenernos. Allí, bajo un modesto cartel que dice “Puestito Doña Olga”, se cocina mucho más que comida. Se cocina vida.

Curiosidades26/06/2025Pedro MassolaPedro Massola
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La mujer que le da nombre a ese puesto es Olga Palavecino. La encontramos en plena faena matinal, con sus manos atareadas pero el alma dispuesta a conversar. Su calidez es inmediata, su voz tiene ese tono sereno de quien ha hecho de la sencillez una fortaleza. “Hoy estoy cocinando para la gente de la planta. Me defiendo con empanadas, sándwiches de milanesa, tortas fritas, tortillas... de todo un poco”, nos dice con una sonrisa que no necesita más maquillaje que el humo de su plancheta.

Pero en ese “de todo un poco” hay una historia de trabajo incansable, de creatividad doméstica y de dignidad silenciosa. Porque Olga no solo cocina: inventa, reinventa, adapta y resuelve. A veces le piden pastas y las hace. Otras veces, estofados, guisos o choripanes. Y cuando puede, algún asadito. “Me lo armó mi marido con una heladera vieja —cuenta señalando con orgullo su improvisado asador—. De un lado prendo el fuego, del otro pongo la parrilla. Ahí hago la carne, los chorizos o esas tortillas paraguayas que salen riquísimas”.

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Doña Olga no necesita diplomas para demostrar su sabiduría. Conoce los tiempos del fuego, los secretos del sabor, y sobre todo, el valor del trabajo. Mientras su marido trabaja en la siembra o la cosecha, ella sostiene el otro frente: el del sustento diario, el de la esperanza. “Me quedo sola en casa y me aburro. Yo siempre trabajé, y esto es lo que me gusta. Entonces lo hago porque me hace bien, me entretengo y además ayudamos un poco más con lo que tenemos”.

A las siete de la mañana ya está en pie, va a buscar el pan y las verduras, y luego abre su puestito. Todos los días. Sin feriados ni quejas. “Es un trabajito que hago todos los días, pero es lindo. A mí me gusta. Entonces, como me gusta, lo hago”.

Y así, en una esquina de pueblo, con una plancheta grande, una heladera convertida en parrilla y un corazón que no se cansa, Olga transforma ingredientes sencillos en algo mucho más grande: un plato que alimenta y una historia que inspira. Porque detrás de cada empanada caliente hay una lección de vida, y detrás de cada tortilla hay una mujer que eligió hacer de su trabajo una forma de amor.

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