
Las casualidades son el disfraz de lo inevitable. En algún rincón de Nueva York, en 1980, la puerta de una universidad se abrió y el mundo cambió para siempre. Bobby Shafran, con su paso despreocupado, caminó hacia su primer día de clases. Pero algo extraño sucedió: extraños lo saludaban con una familiaridad inquietante, rostros desconocidos lo llamaban por otro nombre.