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La violencia en las escuelas no es un problema aislado, sino el reflejo de una realidad que permea nuestra vida cotidiana. Desde las calles hasta los debates políticos, la violencia se ha normalizado a tal punto que parece formar parte de nuestra rutina. ¿Cómo llegamos aquí?
07/04/2025
La violencia en las escuelas
La violencia no se limita a las escuelas. La enfrentamos en nuestra vida cotidiana, tan a menudo que casi la hemos normalizado. Tras un episodio de violencia, con frecuencia buscamos justificarlo: “Y bueno, pasa que...” Siempre el violento encuentra una excusa para sus actos.
La violencia se manifiesta en nuestras calles, entre automovilistas y peatones, entre conductores de motos y autos, entre clientes y comerciantes. En la política, usamos palabras ofensivas como “kuka” o “peroncho,” convirtiendo el lenguaje en arma, en violencia verbal por el poder. La violencia física se ve en las manifestaciones: tanto manifestantes como policías justifican sus excesos. “Sí fui violento, pero fue necesario.” La excusa siempre presente.
¿Hasta dónde llega la violencia? La discriminación es violencia, dicen algunos. Otros señalan que la pobreza también lo es. Vemos presidentes que alcanzan el poder con discursos violentos y exhibiendo motosierras como símbolo. Vecinos que hacen justicia por mano propia, convencidos de que el sistema judicial les ha fallado. Manifestantes que bloquean caminos porque sienten que nadie escucha sus reclamos. Policías que golpean porque no se obedecen sus órdenes. Poco a poco, la violencia se va normalizando hasta que vivimos enfrentados: unos contra otros. River y Boca. Peronistas y radicales. Capitalistas y socialistas. Padres contra docentes. Estudiantes contra maestros. Católicos contra protestantes.
Las sociedades que permiten que la violencia se normalice se descomponen poco a poco. Nos olvidamos de nuestra humanidad, de nuestras semejanzas, de nuestra capacidad de cooperar a pesar de nuestras diferencias. Pensamos que tenemos la verdad absoluta, pero es una mentira que nos contamos a nosotros mismos. La verdad no es propiedad de nadie; nuestras ideologías son, muchas veces, ideas repetidas de otros. Olvidamos que podemos ser críticos, analíticos, formar nuestras propias conclusiones, y equivocarnos como cualquier otro. Ese otro no es más que un espejo de nosotros mismos.
Olvidamos algo fundamental: todos vamos a morir. Lo importante no es solo cómo vivimos en lo personal, sino cómo convivimos en familia, con vecinos, paisanos, y en la tierra que compartimos. Somos humanos, hermanos, próximos. Intentamos vivir en sociedad y colaborar para alcanzar una vida plena. Ahora, más que nunca, con las ventajas tecnológicas que conectan a más personas, debemos entender que la paz no es debilidad, sino virtud.
La violencia en las escuelas, tan visibilizada hoy, es un síntoma de lo que nos pasa como humanidad. Es momento de tender la mano, de aflojar el acelerador y pisar el freno. Vamos en dirección equivocada, y este mensaje va principalmente dirigido a quienes detentan el poder: económico, religioso, político y comercial. A las instituciones. El camino actual no es el correcto. La paz no surgirá si dejamos florecer lo peor de nosotros, nuestra memoria animal. Ya no estamos en la selva.
Es hora de marcar un nuevo rumbo. Busquemos la hospitalidad, ayudemos al necesitado no con caridad, sino con educación. Sumémoslo a una comunidad que busque la sana convivencia y la cooperación para disfrutar de nuestros derechos, siempre limitados por el derecho del otro. Ese otro somos nosotros mismos. Nosotros también somos el “otro” del otro. Pensándonos en sociedad, dejamos de ser “otros” y nos convertimos en “nosotros.”
No podemos dar más lugar a la violencia. Las instituciones deben responder con firmeza, pero sin violencia, mostrando el camino hacia la resolución de conflictos por medio del diálogo y el acuerdo. Acompañemos, aportemos al crecimiento del otro y promovamos la paz en nuestra comunidad. Comencemos en casa, con nuestra familia, llevemos esta filosofía al barrio, a la escuela, al trabajo. Seremos los beneficiarios de los maravillosos resultados de la paz.
Recordemos la célebre frase de “Martín Fierro,” de José Hernández: “Porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera.”
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